En el auge de su popularidad, la cantante de 21 años repasa su carrera, cómo es ser mujer en la música y algunas polémicas que vivió.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
A los fieles Óscar Persíncula y Soraya Andino les pareció una buena idea llevar a la pequeña Luana, de apenas 4 años, a cantar a la iglesia evangélica de su ciudad, Colonia. Quizás ni siquiera tenían con quién dejarla en casa. Especialmente a Óscar —que había sido músico en sus años mozos— le pareció que sería buena cosa que se fuera familiarizando con el canto y la música. Cuando hubo una oportunidad en la misa y previa charla con el sacerdote, le pusieron un micrófono delante. La niña morocha y de ojos vivaces comenzó a entonar una alabanza cristiana. Y nadie en la iglesia le fue indiferente. Muchos presentes se emocionaron hasta las lágrimas. Y Luanita no entendió nada, pensó que lo estaba haciendo mal y, claro, se puso a llorar.
Fue la primera vez que tuvo una “conexión” con el público, dice hoy, con 21 años, madre y empoderada.
La niña que creció jugando al fútbol, bailando y cantando en una infancia “sana” —lo remarca— en Colonia quería dedicarse al canto. A los 15 hizo sus primeros pinitos, y a los 16 ya se destacó. Todo fue muy rápido: se acercó a Marcos da Costa porque le gustaba su música, fue fichada por la productora Jasa Music, se enamoró de Da Costa (quien les dijo a los padres de la jovencita que el romance iba en serio) y juntos fueron padres de Tao. La chica, que había obtenido un permiso especial para trabajar en los boliches siendo menor, vio cómo a los 16 años el INAU le retiró el permiso, por lo que tuvo que poner su carrera ascendente en pausa. “Ahí caí en depresión”, confiesa hoy. Pensó que sus fans no la esperarían. Pero le erró: con la mayoría de edad, Luana Persíncula (ya no era “la princesita de la plena”) se hizo cargo de su propia marca, reconfiguró su estilo, le agregó pop a la plena, cantó en el Cosquín Rock, se subió a “rockear” con No Te Va Gustar, participó del Acá Estamos que organizó la Intendencia de Montevideo y entonó el himno nacional en el debut de Marcelo Bielsa al frente de la selección uruguaya. Luana está promocionando “Identidad”, el show que dará el 2 de diciembre en el Teatro de Verano (entradas por Tickantel).
Desafiante, dice que los adultos mayores que pueblan este país ningunean a los jóvenes, cuando son estos los que entienden mejor el mundo actual. Dice que los hombres que trabajan con ella deben adaptarse, porque la que se queda es ella. Y bravuconea respecto a los puristas del rock que le endilgaron que ella es cumbiera: “Les di para que lleven y traigan”.
“Arranco a cantar y, a la mitad de la canción, veo que la gente empieza a llorar. Pensé: ‘No les está gustando’. Miré a mi padre y me puse a llorar. Mi abuela dijo: ‘Bueno, esta chica sirve para el canto’”
¿Desde cuándo sos cantante? ¿Desde que cantaste junto a tu padre en una iglesia?
Desde que tengo la posibilidad de cantar y entonar, diría a los 4 años. Profesionalmente, arranqué a los 16. Diría 15, porque arranqué en una banda en Colonia, pero fue muy esporádico, fueron dos shows y me vine a Montevideo.
A los 4 años cantaste música cristiana, cuando tus padres te llevaban a una iglesia. Es un comienzo algo atípico, ¿no?
No lo es tanto, en realidad; muchos cantantes nacen en las iglesias. Otra variante habitual es el carnaval, es un inicio artístico común para los niños. En mi caso, fue la iglesia evangélica. Canté, bailé, actué, hice muchas cosas. Y fue un inicio muy sano. Mis padres son creyentes, y yo también. Canté desde los 4 hasta los 14 años.
Una vez, en Carmelo, con apenas 4 años, hiciste emocionar a todos… y te hicieron emocionar a vos. ¿Cómo fue eso?
Fue la primera conexión que tuve con un público. Dentro de lo que recuerdo, tengo el sentimiento de que yo canté una canción de alabanza, de oración, que se llama “Hay una unción” (es la unción que baja con el Espíritu Santo y ministra las almas y el espíritu de las personas), entonces la gente llora y se desahoga, en todos los sentidos. Pero yo no tenía ni idea de eso. Yo arranco a cantar y, a la mitad de la canción, veo que la gente empieza a llorar. Entonces pensé: “No les está gustando lo que estoy cantando”. Miré a mi padre y me puse a llorar. Esa fue la primera conexión que tuve con el público. Mi abuela dijo: “Bueno, esta chica sirve para el canto”.
Tu viejo y tus abuelos fueron músicos. ¿Tu viejo fue tu gran influencia para involucrarte en la música?
Sí, mi viejo fue el que me mostró la música. Con un padre distinto, capaz que me mostraba otra cosa; no sé, los negocios. Pero la herencia de mi padre fue presentarme la música. Mi viejo cantaba de todo, pero su raíz es el folklore, que se consume mucho en el interior. Y después cumbia y charanga, Mogambo, Sonido Caracol.
¿Cómo recordás tu infancia en Colonia? ¿A qué jugabas?
Tuve tremenda infancia, fue muy bonito porque fue una infancia libre; la infancia del interior es muy libre. No corrés los mismos riesgos que acá en Montevideo, el movimiento es diferente, para mí fue espectacular crecer ahí porque tenía campo y campo para jugar al fútbol, para armar casitas en el árbol. Fue muy lindo porque teníamos una cuadra muy linda de niños, de amigos, en la cuadra 10 de Mayo. Me crie con ellos. Íbamos todos a la misma escuela, pero además se compartía la ropa, la merienda, todo se compartía. Y teníamos la “escuelita dominical”, que son los salones donde se enseña la palabra de Dios en los barrios. Mi madre era maestra. El viernes a las cinco de la tarde íbamos a tomar la leche y comer torta a ese lugar. Jugábamos nenas con varones, era todo muy sano.
Supongo que tus viejos querían que estudiaras, y quizás no veían con seriedad tu carrera artística. ¿Tuviste que convencerlos de que podías vivir de la música?
Mis padres querían que yo estudiara, eran fieles hinchas de que yo estudiara. Pero mi padre fue músico y cantante de una banda en el interior, entonces sabía cómo era la movida, sabía que a la música podía llegar joven… Cuando le pedí para salir en una orquesta no le pareció descabellado. Sí lo discutió con mi madre, porque ella quería que yo arrancara a los 18, para evitar lo que después finalmente sucedió. Pero bueno, yo fui confiada y mis padres me apoyaron, nos apoyan en todo. Mis padres siempre hicieron lo posible para cumplir nuestras peticiones. Mi hermana quería venirse a Montevideo a los 18 y se lo cumplieron, la dejaron. Yo, por mi parte, dije: “Yo quiero cantar”. Y a los 15 mi padre dijo: “Bueno, está bien”. Me llevaron a una banda histórica en Colonia que se llama Kimbanda, que es una banda de cumbia y plena que hace covers. Ahí fueron mis primeros dos shows con una banda; fue muy amateur, muy de principiante. Y fue la primera vez que dije: “¡Qué de más esto! ¡Qué gozadera!”.
¿En qué momento te hiciste profesional?
Fue en el momento de mi separación de mi expareja [N. de R.: se refiere al cantante Marcos da Costa]. Ahí tomé el control de todo —de todo más o menos, en realidad—, pero sí a tener más en cuenta el negocio y a llevar adelante todo yo: estudio, desarrollo técnico, lo que sea. Me di cuenta de que quería vivir de esto. Se dio todo a la vez: la separación y ser mamá; o sea, soy una persona independiente y, encima, tengo un hijo.
Pero antes de la separación ya tenías algún tema en la radio con el que la habías pegado…
Ah sí, pero eso no tiene nada que ver con ser profesional. Vos hablás de lo artístico, yo te hablo de ser dueña de mi propio negocio. Eso es, para mí, ser profesional. Trabajar correctamente, tener un plan de trabajo, eso es ser profesional. No es: “clavo un tema y soy profesional”. A los 16 ya me pagaban, sí, ya era de oficio “cantante”, pero no era profesional en absoluto. Yo tomo el inicio cuando tomé el control y me supe rodear de profesionales, justamente. Lo demás fue el comienzo artístico.
Llegaste a Jasa Music con 16 años. Recordaron en Abran cancha de Del Sol FM que llegaste y dijiste: “Yo solo quiero cantar, no me importa la plata”. ¿Te arrepentís de haber dicho eso, en ese momento?
No, yo no me arrepiento de nada. Perdoné, y no me arrepiento de nada. Entendí que se aprende de etapas en las cuales podés pasar desde lo más glorioso hasta lo más malo, de todo se aprende. Porque si no, no podés ejecutar las cosas como las vas a hacer en el futuro, como las estoy ejecutando hoy en día. Sí me jugó una mala pasada haber dicho eso por haber caído ignorante en el negocio de la música, pero, en sí, fue la primera puerta hacia la proyección de lo que quería ser en mi vida —que era ser cantante—, entonces… demasiado funcionó. Nadie tiene la receta del éxito. Casi siempre vas subiendo peldaño a peldaño, es todo un proceso, y en mi caso explotó. Pero ni los propios productores tenían tanta fe en que el producto anduviera. Pero más allá de eso, mi proyección y mi deseo en ese momento era cantar. Yo vivía con mis padres, no tenía noción del dinero y menos del negocio. No tenía autoridad para hablar de un dinero propio, imaginate para pensar en un negocio.
¿En qué momento te pica el bichito de la plena?
Yo tenía temas favoritos de plena: eran “Horas vacías”, “Que te aguante él”, son covers de Denis Elías que son gloriosos. Escuché mucho a Vanesa [Britos], pero me enganché con la plena cuando unos amigos que jugaban en Danubio acá llevaban la plena a Colonia, y fue la temporada de la ebullición de la plena con Los Negroni, La Sandonga, Marcos da Costa, un montón de bandas de ese momento (no llegué a la plena más antigua). Mis padres no eran fans de la plena, eran fans de la cumbia, entonces yo tenía mucha influencia de la cumbia mexicana, norteña, colombiana, santafesina. No llegué a Sonido Cotopaxi. Pero hay clásicos que trascienden.
¿Y el apodo de la Princesita de la Plena? ¿Quién te bautizó?
Mi madre. Otro desarrollo artístico que hay en el interior (que está de más) es el “Telematch”, que son los juegos estudiantiles que se realizan en el liceo n° 1 en Colonia. Son los juegos educativos que se hacen a fin de año, donde todas las clases compiten. Hacíamos bailes, deporte (salto largo, atletismo), muchas cosas, y dentro de las opciones estaba la actuación. Ahí podías interpretar una canción, y yo siempre cantaba. Todos los años cantaba yo, entonces ta, ya todos sabían que la Luana iba a cantar. Y hasta murga hacíamos los últimos años. Y yo nunca fui la chica más linda del salón, pero sí me llevaba con todo el mundo, era la más simpática, me llevaba con todos. Y un año se les ocurre: “Que salga la Luana a desfilar” (así, la Luana), y ta, desfilé yo y gané como Princesa. En ese momento, me estaba presentando en la productora [Jasa Music] y se usaba mucho tener un sobrenombre, que cada artista tuviera un sobrenombre. Mi expareja era el Demonio, “el no sé qué del sabor”, todo así. Y se preguntaban: ¿qué le ponemos a esta gurisa? Y yo decía: “No me pongan sobrenombre, que es re villero”. No quería, me parecía bizarro. Y a mi madre se le ocurre decir: “Ella puede ‘la Princesita’, porque fue Princesa en el liceo”. Los productores dijeron: “¡Sí, es eso! ¡Es la Princesita!”. Yo decía: “No, la Princesita es Karina, ¡nos va a denunciar!”. “Pero vos sos la Princesita de la plena”, y quedó. Eso fue en 2018, tenía 16 años.
“Me jugó una mala pasada haber dicho que no me importaba la plata por haber caído ignorante en el negocio de la música, pero fue la primera puerta hacia la proyección de lo que quería ser en mi vida, que era ser cantante”
¿Siempre fuiste desinhibida y “mandada” para todo?
Siempre. Y antes era peor. Ahora, después de empezar a cantar, me traumé un poco y dejé de hacer cosas que no daban. Pero antes me mandaba: a mí no me podías decir que no, o “a que no te da”. “¿A que no me da qué?”.
En 2018 tuviste que poner en pausa tu carrera. ¿Cómo recordás ese momento, cuando el INAU te quitó el permiso de menor para trabajar? ¿Alguien te denunció?
Hay cosas que no puedo contar, lamentablemente. Salieron a hablar todos, hasta el presidente del INAU, y el productor a hablar, y yo no. Sí puedo decir que fui yo quien pedí parar la autorización especial que tenía para ejecutar mi trabajo por otro lado. A mí me habían dado un permiso especial para trabajar (cuando no existen los permisos especiales para los menores), entonces, como había una ebullición conmigo y no podía parar el producto —aparte era trabajo, no era que estuviera haciendo nada malo—, lo otorgaron. Tenía que cumplir unos requisitos: uno era continuar con los estudios y, por otro lado, la productora tenía que cumplir ciertas obligaciones. Yo pedí que interrumpieran el permiso para recrear un nuevo comienzo artístico. No se permitió. Directamente hasta los 18 años no podía trabajar si no era con la misma frecuencia de trabajo que tenía, entonces lo paré hasta cumplir la mayoría de edad. Y pensé: “Si la gente me espera, arrancaré de nuevo”.
¿Y cómo lo viviste? ¿Lo tomaste bien o te afectó mucho?
Horrible. Entré en depresión. Pero bueno… Estaba en el auge de la ola, y tuve que parar por un año y medio. Fue horrible, estaba todo el mundo pidiéndome, en las redes se me reclamaba mucho (se exigía tanto mi música como mi imagen), y de golpe se rompió toda esa euforia. Y yo lo tomé re mal, porque me tuve que quedar sin hacer nada. Seguí estudiando un poco, no tanto… porque, en realidad, poco después dejé todo pa’l carajo.
En ese momento, ¿sentiste que te habían truncado la carrera? ¿Que todo se había terminado ahí, cuando estabas creciendo vertiginosamente?
Lo primero que pensé es que no iba a existir más artísticamente. Pero con el correr de los meses, como fue tan viral la noticia, desde la radio en Dolores como el comunicado del INAU en El País y demás, todo el país estuvo a favor mío. Tuvo hasta repercusiones políticas, todo el mundo opinó. Por suerte, los fans me apoyaron muchísimo. Ese era mi miedo. En ese momento tenía a mi pareja, que en ese momento estaba sonando con shows y en el ruido también, entonces no me apagué tanto. El apoyo de la gente me salvó. Pero sí, al principio sufrí una depresión. Yo al principio no quería hacer nada, estaba enojada con la vida…
Y respecto a cómo se dio lo de la denuncia en el INAU: ¿te enteraste después de cosas que no podías contar y ahora estés en condiciones de compartirlo?
No. Hay cosas que no puedo contar todavía. Cuando sea millonaria las podré contar, y pagaré las consecuencias. Si no, buscaré algún método artístico para expresarlo, porque mucha gente todavía me lo pregunta. En un libro, capaz.
¿Cambiaste cosas, como artista, cuando retomaste tu carrera a fines de 2019? ¿Introdujiste cambios en tu estilo?
Sí, total. En el producto anterior, de Luana la Princesita, todo se ejecutaba por terceros, yo solo cantaba. La productora decidía todo. Lo único que planteé es que nadie me iba a vestir, que me iba a vestir como yo quisiera. Yo soy re del estilismo, como se ve ahora, que me manejo sola. Pero en ese momento, yo no hacía nada. A partir de la separación, pensé que yo me iba a producir mi música, y sumé el pop. Yo soy muy amante del pop. Pensé: la estética va a pasar por ahí, porque creo que el impacto visual es muy importante. Fue una de las cosas de las que me preocupé, aparte de ir entendiendo el negocio. Y musicalmente, traje a los mejores músicos y los más sanos de la movida. Hubo procesos de cambios, con socios, más tramoya, más tramoya, quilombo, quilombo, hasta que por fin me encontré con un grupo de mujeres, tanto en lo social, psicológico, empresarial, productoras, que hoy día me acompañan, como Yuliana, mi hermana Soraya, Memé, que es asistente social…
¿Ellas conforman “el albergue de las mujeres tristes”?
Efectivamente. Ahí tuve mi segundo pozo, del que casi no salgo, pero ellas —las hadas— llegaron volando. Te cuento: “el albergue de las mujeres tristes” es el apartamento de mi amiga Memé, acá en Montevideo, que es profesora grado 5 de asistencia social, trabaja mucho en la Facultad de Ciencias Sociales. Mi hermana también es recibida de asistente social. Ellas me protegieron cuando yo me separé de mi expareja. Yo tuve que irme del apartamento en el que vivía en convivencia con él y me fui para ahí, porque no tenía adonde ir, hasta estabilizarme. Ahí llegaron nuevos músicos. Llegó Yuliana Bengoa, la chica con la que trabajo. Y ellas me aguantaron la cabeza. Nos apoyamos entre todas. Fue un momento de mucho feminismo y sororidad.
“Entré en depresión. Pero bueno… Estaba en el auge de la ola, y tuve que parar por un año y medio. Fue horrible. Me tuve que quedar sin hacer nada. Seguí estudiando un poco, no tanto… porque poco después dejé todo pa’l carajo”
¿Es difícil ser mujer en la movida tropical y el ambiente de la noche?
Sí, obvio. Y sigue siéndolo. Creo que es más llevable que en años anteriores (en realidad, no lo viví), pero ahora que tuve la cercanía de Marihel Barboza, que es la ex cantante de Casino y una de las pioneras en esto, ella me contó que siempre fue complicado. Sí es más fácil en cuanto al valor de la mujer como artista, pero después: como bailarina te desvalorizan, como empresaria te desvalorizan, como música te desvalorizan. Entonces, seguimos en ese proceso. Por lo menos, van apareciendo grupos de mujeres como el que integro hoy en día, en conjunto con hombres también, eh. No son todas mujeres. Los hombres se han adaptado a colaborar y fusionar: hay trabajo para todos. O se adaptan ellos, o ta… La que queda acá voy a ser yo.
¿Cuánto te afectan los comentarios de los haters en redes: los palos, las críticas, las burlas?
Hubo un momento en que mucho. Bueno, hasta el día de hoy, pero la sobrellevo mejor. Hubo sucesos específicos que me dolieron. Por ejemplo, cuando canté el himno nacional [N. de R.: previo al amistoso Uruguay-Nicaragua el 14 de junio], mucha gente opinó, me discriminaron, y todo eso lo tuve que leer… Fue una ebullición que no tenía hacía un tiempo. Había habido comentarios cuando canté en el Cosquín, pero ta, lo del himno se habló en todos los departamentos, en todas partes. Fue violencia cibernética, porque después, artistas como Hugo Fattoruso, Lucas Sugo, Rodrigo Tapari, miles de artistas que me dijeron “la rompiste toda”. Entonces, bueno, no me interesa la señora o el señor que está detrás de la tele, jubilados, que están sentados en el sillón en su casa, opinando sobre mí, que tengo 21 años. ¿Entendés? Por un momento pensé: “Pah, ¿lo canté tan mal, que la gente me está criticando?”. Que les guste o no es aparte; para gustos, los colores. Pero decirme que por ser cumbiera o plenera no puedo cantar el himno nacional me parece un montón.
Fuiste pareja de Marcos da Costa, quien es el padre de tu hijo. En noviembre de 2018 lo entrevisté para este espacio, y hablamos de tu relación con él. Él me dijo que lo de ustedes “no era pasajero”, que se había enamorado y que no le importaban las críticas que recibía por estar contigo siendo vos menor. Que incluso fue a hablar con tus padres y les dijo que lo de ustedes iba en serio. “Lo más importante de esta relación es que yo estoy con Luana desde que no era Luana. Ella era fan mía, me iba a ver a los boliches. Me llama el dueño del boliche y me dice: ‘Hay una chiquilina acá, que es cantante, te ama y quiere cantar una canción contigo’”. Me dijo que lo de ustedes no era pasajero, y un año después se separaron. ¿Qué pasó ahí?
Yo no era fan de él, sí escuchaba su música. Fan soy de Justin Bieber, Beyoncé y Michael Jackson. En el primer mensaje que le mandé le escribí que lo felicitaba por su música, que estaba de más y que siguiera para adelante. Lo respeté artísticamente, no fue “me muero por vos”. Y respecto a que lo nuestro no era pasajero… ¿Cómo la ves? Ahí, bueno, el amor… ¿o el amor no tan amor? Cosas que pasan, ¿no?
La llegada de tu hijo Tao, a los 18 años, ¿te hizo madurar de golpe?
Todo eso, pero en mi caso fue una etapa distinta, porque como que tenía que pasar por ahí. A veces pienso eso. Porque mi vida no es la de una adolescente de facultad. Ser madre te ubica en esos radares, y mi tiempo es el de una persona grande. Obviamente tengo mis deslices, porque tengo 21 años, pero en cuanto a vida y rutina, totalmente cambió. Creo que si no fuera madre no podría encarar esta industria como la estoy encarando.
“Como bailarina te desvalorizan, como empresaria te desvalorizan, como música te desvalorizan. Entonces, seguimos en ese proceso; por lo menos, van apareciendo grupos de mujeres como el que integro hoy en día”
El año pasado te luciste en el polémico festival Acá Estamos, junto a Lali Espósito, Laura Canoura y Daniela Mercury, entre otras. ¿Cómo fue esa experiencia en conjunto con grandes artistas femeninas?
Viste que si yo no aparezco, no hay polémica, ¿eh? La experiencia fue divina, para mí fue increíble. Yo fui como espectadora, en realidad. Sí tenía a mis amigas, Agustina Morales y Agus Padilla, que tocaban, también estaba Vanesa [Britos], estaba Sofía Álvez. Pero yo no había tenido un encuentro con ellas dos. Y después estaban Daniela y Lali. Yo tocaba en el festival de Santiago Vázquez, pero le pedí al universo que hiciera algo, porque yo quería ir a ver a Lali. Si vamos a los horarios, yo cantaba en Santiago Vázquez a la misma hora que cantaba Lali. Yo soy “lalera” desde su primer álbum, entonces quería escucharla y ver su performance, que era lo más moderno que podemos aprender en este momento. Fijate que por 400 pesos podías verla, aparte del arte y la música, verla ahí te enseña. Es como que vos tengas la chance de ir a ver a Messi. Lali es la artista más completa de Latinoamérica.
¿Te molestó que se hablara del cachet de las artistas, de cuánto la IM le había pagado a Lali?
Para mí está perfecto todo: no es solo una persona tocando la guitarrita. Hay muchas personas detrás de una cara, los sonidistas cobran, los músicos cobran, los del staff cobran, algo tenés que comer porque estás todo el día ahí. No estamos jugando, es trabajo. Los que cuestionan lo que cobró Lali lo dicen desde el desvalorar el arte, por eso me parece una ridiculez. La mina cobra eso. Si ella piensa que todo su trabajo y su producto vale eso [N. de R.: la IM le pagó 260.000 dólares], su trascendencia y su carrera valen eso, está bien. ¿Cuánto le van a pagar a Fito Páez? ¿Y van a cuestionar lo que se le pagará a Fito Páez?
Lo que se cuestiona es que eso se paga con los impuestos de los montevideanos…
Y bueno, vayan a ver el show, o no vayan a ver el show, y ta. O no paguen los impuestos. Yo en eso no me meto, porque la política tiene eso… Es raro. Jamás vamos a estar de acuerdo con la política. Jamás.
¿Te importa la política?
Sí me importa, me importa que 50 personas están decidiendo por nosotros. Pero yo no milito nada, milito que me dé para vivir bien y a mi hijo también. Punto.
Y también sobre fin de año, cantaste “Chau” con NTVG, re lejos de la plena. ¿Te sentís cómoda interpretando otros géneros?
Creo que el mejor artista es el que mejor logra transmitir el arte. Entonces, si vos tenés millones de canales para transmitir —a través de la cumbia, del rock, del teatro, de la poesía o lo que sea— y te sale hacerlo y te queda bien, tenés que animarte a hacerlo nomás. Yo me animo, y ahí se vio. Lo disfruté muchísimo, más allá de compartir esa experiencia con esa banda histórica de nuestras vidas. Ellos tienen otro nivel, entonces estar ahí atrás y conocer todo ese mundo fue increíble. Más allá de lo artístico que fue glorioso e histórico.
“Los que cuestionan lo que cobró Lali desvalorizan el arte, me parece una ridiculez. La mina cobra eso, si ella piensa que todo su trabajo vale eso, su trascendencia y su carrera valen eso, está bien. ¿Cuánto le van a pagar a Fito Páez? ¿Y van a cuestionarlo?”
¿Qué te dejó participar de Masterchef Celebrity?
Amigos, muchos amigos, y darme cuenta que soy un poco insoportable, como que si me ponen en algo de diversión me pongo gurisa, y puedo llegar a ser muy transparente. Capaz que a veces me juega en contra ser transparente. Igual, yo no sé ni cocinar un huevo frito, entonces dije: “Vamos a jugar”. Fui a divertirme y a pasarla bien, pero me di cuenta de que mi transparencia le gusta a la gente.
Hablando de ser transparente, cuando Uruguay se coronó campeón del mundo en el Mundial sub-20 de Argentina tuiteaste: “Que esto sea un antes y un después para las opiniones sobre la juventud, tenemos que cerrar ortos para que nos presten atención”. Más allá del exabrupto, ¿creés que en este país no se toma en serio a los jóvenes?
No. Somos un país de viejos, de avejentados. La mayoría de la población es gente muy mayor de edad. Se ningunea a los jóvenes en el mundo del trabajo. Ya arrancando en eso de “escuchá a los mayores siempre”, dando por sentado que el de más experiencia y el mayor tiene la razón, y gracias a la tecnología nos hemos dado cuenta de que no es así, en muchos casos. Ahí son ellos los que no saben y nosotros lo sabemos, porque lo estamos viviendo en este momento. Hoy en día es un poco más importante escuchar aún más a los jóvenes, porque están viviendo el mundo de ahora, del momento, lo instantáneo. Los jóvenes chocamos con los mayores porque te dicen: “Nosotros tenemos más experiencia”, pero no sé si el tema es la experiencia, si no la sabiduría. Capaz que vos estás muy tarde y yo estoy muy ahora. Ahora, si juntamos mi sabiduría con tu sabiduría, ahí puede salir algo diferente. Para mí hay que tomar la sabiduría de la gente grande y adaptarla con las ideas de los jóvenes.
¿Cómo es eso de que “rockeás” en los shows, donde hacés plena? ¿Hablás de rockear como actitud en el escenario?
Claro, total. De actitud y de sentir. Uno siente el rock, uno siente la música. Conmigo se pusieron puristas y me señalaron que yo hago plena. ¿Y? Les di para que lleven y traigan. En el momento de anunciar el Cosquín Rock, mucha gente me puso a prueba —eso me gustó—, y después se vio el resultado: que cualquier persona que sienta y crea en el rock… Yo creo que es un género que libera mucho, en cambio la plena es más goce, no es tan liberadora. En el rock saltás, largás piñas, son sentires diferentes. Yo siento que rockeo y mis compañeros también lo hacen, por eso lograron el sonido que lograron en el Cosquín Rock.
¿Dónde te ves en 10 años?
Recorriendo el mundo. No sé de qué manera, pero recorriendo el mundo.
¿Qué descubriste de vos gracias a Tao?
(Piensa) Muchas cosas… El verdadero amor. Me enseñó cuál es el nivel de amor que puedo llegar a manejar.
¿Sos feliz?
Sí. Sí…