Entre las razones de la “crisis de competitividad”, están el exceso de normativas de la Unión Europea y el poco poder de sus dirigentes.
Por The New York Times | Patricia Cohen
La participación de Europa en la economía mundial se está reduciendo y crece el temor de que el continente no pueda seguir el ritmo de Estados Unidos y China.
“Somos demasiado pequeños”, dijo Enrico Letta, ex primer ministro de Italia, quien recientemente presentó a la Unión Europea un informe sobre el futuro del mercado único.
“No somos muy ambiciosos”, declaró Nicolai Tangen, responsable del fondo soberano de Noruega, el mayor del mundo, a The Financial Times. “Los estadounidenses simplemente trabajan más”.
“Las empresas europeas necesitan recuperar la confianza en sí mismas”, declaró la Asociación Europea de Cámaras de Comercio.
La lista de razones de lo que se ha llamado “crisis de competitividad” continúa: la Unión Europea tiene demasiadas normativas, y sus dirigentes en Bruselas tienen muy poco poder. Los mercados financieros están demasiado fragmentados; las inversiones públicas y privadas son muy bajas; las empresas son muy pequeñas para competir a escala mundial.
“Nuestra organización, toma de decisiones y financiación están diseñadas para ‘el mundo de ayer’: pre-Covid, pre-Ucrania, pre-conflagración en Medio Oriente, pre-retorno de la rivalidad entre grandes potencias”, dijo Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, quien dirige un estudio sobre la competitividad de Europa.
La energía barata de Rusia, las exportaciones baratas de China y la confianza en la protección militar de Estados Unidos ya no pueden darse por sentadas.
Al mismo tiempo, Pekín y Washington invierten cientos de miles de millones de dólares en la expansión de sus propias industrias de semiconductores, energías alternativas y automóviles eléctricos, cambiando de manera drástica el régimen mundial de libre comercio.
La inversión privada también decae. Por ejemplo, las grandes empresas invirtieron en 2022 un 60 por ciento menos que sus homólogas estadounidenses, y crecieron a dos tercios del ritmo, según un informe del McKinsey Global Institute. En cuanto a la renta per cápita, en promedio es un 27 por ciento inferior a la de Estados Unidos. Y el crecimiento de la productividad es más lento que en otras grandes economías, mientras que los precios de la energía son mucho más altos.
El informe de Draghi no se publicará hasta después de que los votantes de los 27 Estados de la Unión Europea acudan a las urnas esta semana para elegir a sus representantes parlamentarios.
Pero ya ha declarado que es necesario un “cambio radical”. En su opinión, eso significa un enorme aumento del gasto conjunto, una revisión de la financiación y la normativa europeas y una consolidación de las empresas más pequeñas.
Los retos de lograr que más de dos decenas de países actúen como una sola unidad se han agudizado ante el rápido avance tecnológico, los crecientes conflictos internacionales y el uso cada vez mayor depolíticas nacionales para dirigir los negocios. Imagina que todos los estados de Estados Unidos tuvieran soberanía nacional y solo existiera un poder federal limitado para recaudar fondos con el fin de financiar cosas como el ejército.
Europa ya ha tomado algunas medidas para seguir el ritmo. El año pasado, la Unión Europea aprobó el Plan Industrial del Pacto Verde para acelerar la transición energética, y esta primavera propuso por primera vez una política de defensa industrial. Pero estos esfuerzos se han visto empequeñecidos por los recursos que usan Estados Unidos y China.
El bloque “se va a quedar muy rezagado respecto a sus ambiciosos objetivos de transición energética en materia de energías renovables, capacidad de tecnologías limpias e inversiones en la cadena de suministro nacional”, dijo esta semana la empresa de investigación Rystad Energy en un análisis.
En opinión de Draghi, la inversión pública y privada en la Unión Europea debe aumentar medio billón de euros al año (542.000 millones de dólares) solo en las transiciones digital y ecológica para mantener el ritmo.
Tanto su informe como el de Letta fueron encargados por la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la Unión Europea, para ayudar a orientar a los legisladores cuando se reúnan en otoño para elaborar el próximo plan estratégico quinquenal del bloque.
En Europa, y en otras partes del mundo, sigue existiendo un contingente considerable que prefiere los mercados abiertos y desconfía de las intervenciones gubernamentales. Pero muchos de los altos funcionarios europeos, políticos con poder y líderes empresariales comentan cada vez más la necesidad de una acción colectiva más agresiva.
Sostienen que, sin una financiación pública común y la creación de un mercado único de capitales, Europa no podrá hacer el tipo de inversiones en defensa, energía, supercomputación y demás que se necesitan para competir eficazmente.
Y si no consolida las empresas más pequeñas, no podrá igualar las economías de escala de las gigantescas empresas extranjeras, mejor posicionadas para apropiarse de una cuota del mercado y sus ganancias.
Europa, por ejemplo, tiene al menos 34 grandes redes de telefonía móvil, dijo Draghi, mientras que China tiene cuatro y Estados Unidos tres.
Letta dijo que experimentó de primera mano las peculiares deficiencias competitivas de Europa cuando pasó seis meses visitando 65 ciudades europeas para investigar su informe. Era imposible viajar “en tren de alta velocidad entre las capitales europeas”, dijo. “Es una profunda contradicción, emblemática de los problemas del mercado único”.
Las soluciones propuestas, sin embargo, pueden chocar con las corrientes políticas. Muchos líderes y votantes de todo el continente están profundamente preocupados por el empleo, el nivel de vida y el poder adquisitivo.
Pero desconfían de darle a Bruselas más control y poder financiero. Y a menudo son reacios a ver cómo se fusionan marcas nacionales con rivales o cómo desaparecen prácticas empresariales y normas administrativas conocidas. La creación de una nueva maraña de trámites burocráticos es otro motivo de preocupación.
Este año, agricultores de Francia y Bélgica bloquearon carreteras y vertieron camiones cargados de estiércol para protestar contra la proliferación de normativas medioambientales de la UE que regulan el uso de pesticidas y fertilizantes, los calendarios de plantación, la zonificación y muchas otras cosas.
Culpar a Bruselas es también una táctica conveniente para los partidos políticos de extrema derecha que buscan explotar las ansiedades económicas. En Francia, el partido antiinmigración Agrupación Nacional ha calificado a la Unión Europea de “enemigo del pueblo”.
En estos momentos, las encuestas indican que los partidos de derecha obtendrán más escaños en el Parlamento Europeo, lo que fracturará aún más el órgano legislativo.
En el ámbito nacional, los líderes gubernamentales pueden ser protectores de sus prerrogativas. Durante la última década, la Unión Europea ha intentado crear un mercado único de capitales para facilitar las inversiones transfronterizas.
Pero muchas naciones pequeñas, como Irlanda, Rumanía y Suecia, se han opuesto a cederle poder a Bruselas o a cambiar sus leyes, preocupadas por poner en desventaja a sus industrias financieras nacionales.
Las organizaciones de la sociedad civil también están preocupadas por la concentración de poder. El mes pasado, 13 grupos europeos escribieron una carta abierta en la que advertían de que una mayor consolidación del mercado perjudicaría a los consumidores, los trabajadores y las pequeñas empresas y daría a los gigantes corporativos demasiada influencia, provocando un aumento de los precios. Además, temen que se dejen de lado otras prioridades económicas, sociales y medioambientales.
Durante más de una década, Europa se ha ido quedando rezagada en varias medidas de competitividad, como las inversiones de capital, la investigación y el desarrollo, y el crecimiento de la productividad. Pero es líder mundial en reducción de emisiones, limitación de la desigualdad de ingresos y ampliación de la movilidad social, según McKinsey.
Y algunas de las disparidades económicas con Estados Unidos son resultado de la elección. La mitad de la diferencia en el producto interior bruto per cápita entre Europa y Estados Unidos se debe a que los europeos optan por trabajar menos horas, en promedio, a lo largo de su vida.
Otros advierten que estas opciones pueden ser un lujo que los europeos ya no puedan permitirse si quieren mantener su nivel de vida. Las políticas que rigen la energía, los mercados y la banca son demasiado dispares, dijo Simone Tagliapietra, miembro sénior de Bruegel, una organización de investigación de Bruselas.
“Si seguimos teniendo 27 mercados que no están bien integrados”, dijo, “no podremos competir con China o Estados Unidos”.
Patricia Cohen escribe sobre economía mundial y está radicada en Londres. Más de Patricia Cohen