El director y la plataforma están en un procedimiento de arbitraje confidencial luego de una denuncia por daños.
Por The New York Times | John Carreyrou
En 2018, cercano a la época del auge de los servicios de emisión en continuo, una media docena de estudios y plataformas de video hicieron fila para cortejar a Carl Erik Rinsch, un cineasta poco conocido que solo había dirigido una película, “47 Ronin: La leyenda del samurái”. Fue un fracaso en taquilla y con la crítica, y las peleas de Rinsch con sus productores habían llamado la atención.
Pero la demanda de nuevo contenido era intensa. En medio del frenesí de producción, el proyecto que Rinsch intentaba vender —una serie de ciencia ficción sobre humanos artificiales— se volvió un activo codiciado.
Tras una subasta reñida, Rinsch y sus representantes llegaron a un acuerdo informal por una suma de ocho dígitos con Amazon. Pero antes de que tuvieran la oportunidad de formalizarlo por escrito, Netflix intervino. Cindy Holland, la entonces vicepresidenta de contenido original de la empresa, ofreció millones de dólares más, así como algo que los estudios rara vez les otorgan a los directores: el derecho al corte final.
Netflix ganó el contrato… pero pronto se arrepentiría. La empresa gastó más de 55 millones de dólares en la serie de Rinsch, pero jamás recibió ni un solo episodio terminado.
Poco después de firmar el contrato, el comportamiento de Rinsch se volvió errático, según los miembros del elenco y el equipo técnico de la serie, así como los mensajes de texto y los correos electrónicos que revisó The New York Times, y los documentos judiciales de una demanda de divorcio presentada por su esposa. El cineasta aseveró que había descubierto el mecanismo secreto de transmisión de la COVID-19 y que podía predecir cuándo caería un rayo. Apostó una cantidad importante del dinero de Netflix en el mercado de valores y en criptomonedas. Gastó millones de dólares en una flota de autos Rolls-Royce, muebles y ropa de diseñador.
Ahora, Rinsch y Netflix están inmersos en un procedimiento de arbitraje confidencial que inició Rinsch, quien afirma que la empresa infringió su contrato y le debe al menos 14 millones de dólares en daños. Netflix negó deberle ni un centavo a Rinsch y se refirió a sus demandas como técnicas de extorsión.
Rinsch se rehusó a responder a una lista detallada de preguntas. En una publicación reciente de Instagram, comentó que no cooperó con el Times porque preveía que el artículo sería “inexacto”.
Thomas Cherian, portavoz de Netflix, declaró que la empresa había proporcionado financiamiento considerable y otros tipos de apoyo a la serie de Rinsch, pero “luego de mucho tiempo y esfuerzo, quedó claro que Rinsch nunca iba a completar el proyecto que acordó hacer, así que lo dimos por perdido”.
Según todos los testigos, Rinsch, de 46 años, es un cineasta talentoso. Tras estudiar en la Universidad de Brown, se unió a la casa productora de Ridley Scott, donde realizó comerciales y fue aprendiz del aclamado director.
Circularon rumores de que la ópera prima de Rinsch sería una precuela de la película “Alien, el octavo pasajero”, el clásico de ciencia ficción de 1979 dirigido por Scott. En cambio, Universal Studios lo contrató para dirigir “47 Ronin: La leyenda del samurái”, una película de acción de alto presupuesto protagonizada por Keanu Reeves. Cuando se estrenó la cinta en 2013, fracasó en taquilla. Universal tuvo que declarar gran parte de su presupuesto de 175 millones de dólares como siniestro total.
Rinsch regresó a dirigir comerciales, pero también empezó a trabajar con su esposa, Gabriela Rosés Bentancor, en un proyecto propio: una serie de televisión de ciencia ficción sobre una mente brillante que inventa una especie cuasi humana llamada Inteligentes Orgánicos. Rinsch bautizó a la serie “White Horse”.
Al principio, Rinsch financió la producción con su propio dinero y contrató un reparto y un equipo técnico conformados en su mayoría por artistas europeos, lo cual le permitió reducir costos y eludir las normas de los sindicatos hollywoodenses. Para mantener el proyecto en marcha, Rinsch aseguró una inversión de la productora 30West. Pero cuando Rinsch no cumplió con una fecha de entrega, 30West amenazó con tomar posesión del proyecto. Reeves llegó al rescate e invirtió en el programa para convertirse en productor junto con Rosés.
Con el dinero que aportó Reeves, Rinsch terminó la edición de seis episodios cortos de una duración de entre cuatro y diez minutos, que usó para armar una propuesta de venta para las grandes plataformas de emisión en continuo con la intención de producir una temporada de 13 episodios que duraría 120 minutos en total.
La propuesta de venta de Rinsch atrajo el interés de Amazon, HBO, Hulu, Netflix, Apple y YouTube. Amazon parecía decidido a ganar la puja. Pero Netflix le robó el proyecto en el último minuto, convencido de que tenía el potencial para convertirse en una franquicia de ciencia ficción tan exitosa como “Stranger Things”.
La empresa acordó pagar 61,2 millones de dólares en varias cuotas por los derechos de la serie, la cual rebautizó como “Conquest”, según una hoja de plazos y condiciones de noviembre de 2018 que el Times revisó. El acuerdo incluía dos cláusulas inusuales: Netflix le dio a Rinsch el derecho al corte final. Y les aseguró a Rinsch y Rosés que quedarían “comprometidos de por vida” con todas las temporadas e historias derivadas subsecuentes.
Ahora, Rinsch debía cumplir con su parte. Inició el rodaje de los episodios restantes de “Conquest” en São Paulo, luego en Montevideo, Uruguay, y en Budapest, Hungría.
En São Paulo, el sindicato local de la industria cinematográfica envió a un representante al plató tras recibir una queja de que Rinsch estaba “maltratando al equipo” con “gritos”, “palabras vulgares” y “desplantes excesivos”, según una carta que el sindicato le envió al socio de producción de Netflix en la región. Netflix se enteró del problema y lo comentó con Rinsch, según dijo una persona familiarizada con el asunto.
En Budapest, Rinsch pasó días sin dormir y acusó a su esposa de conspirar para mandarlo matar, según relataron dos personas que fueron testigos del arrebato.
Más tarde, Rosés expresó en un expediente judicial de su demanda de divorcio que la conducta de Rinsch empezó a cambiar incluso antes de que iniciará el rodaje en el extranjero. En varias ocasiones, le había lanzado cosas y dos veces había agujereado una pared a puñetazos.
Rinsch comentó que le diagnosticaron autismo y trastorno por déficit de atención con hiperactividad y que toma medicamentos para ambos padecimientos. A Rosés y algunos técnicos de la filmación les preocupaba su consumo de Vyvanse, una anfetamina que suele recetarse para tratar el TDAH. Los psiquiatras advierten que, cuando se ingiere en exceso, esta droga puede tener efectos secundarios graves, como manía, delirio e incluso psicosis.
En marzo de 2020, cuando la pandemia de coronavirus llegaba a costas estadounidenses, Rinsch le pidió a Netflix que le enviara más dinero. Rinsch no había cumplido con varias entregas de producción y estaba indeciso entre dos versiones del guion, una más corta que encajaba en el plan original de 13 episodios y una del doble de duración que requeriría que se aprobara una segunda temporada.
En un inicio, Netflix se resistió a autorizar la petición de Rinsch, pero cedió cuando él les advirtió que toda la producción corría el riesgo de colapsar sin una inyección inmediata de capital.
Netflix le depositó 11 millones de dólares a la productora de Rinsch, lo cual llevó su inversión total a más de 55 millones de dólares.
Rinsch transfirió 10,5 de los 11 millones de dólares a su cuenta personal de corretaje y, mediante opciones de inversión, hizo apuestas muy arriesgadas en el mercado de valores, según muestran las copias de sus estados de cuenta bancarios y de corretaje incluidas en la demanda de divorcio. Rinsch perdió 5,9 millones de dólares en cuestión de semanas.
En septiembre de 2020, Netflix reconfiguró su equipo administrativo. Holland y otra persona de nivel ejecutivo involucrada en el contrato de Rinsch se retiraron de la empresa.
El 18 de marzo de 2021, una ejecutiva de asuntos comerciales de Netflix, Rochelle Gerson, le informó a Rinsch por correo electrónico que Netflix había decidido dejar de financiar “Conquest”. Le afirmó que él tenía la libertad de venderlo a otro comprador, pero que cualquier otra empresa inversora tendría que rembolsarle a Netflix lo que había gastado.
Rinsch le envió correos electrónicos furiosos a Gerson y a un abogado de Netflix en los que los acusaba de incumplir su contrato.
Rinsch ya había empezado a usar lo que quedaba de los 11 millones de dólares que Netflix le había depositado a su compañía productora para apostar con criptomonedas. A diferencia de sus inversiones en la bolsa, esto sí dio frutos: cuando liquidó sus posiciones de dogecoin en mayo de 2021, tenía un saldo de casi 27 millones de dólares.
Entonces, Rinsch gastó a manos llenas. Compró cinco Rolls-Royces, un Ferrari, y millones de dólares en muebles lujosos y ropa de diseñador. Su cuenta ascendió a los 8,7 millones de dólares, según un contador forense contratado por Rosés.
El equipo jurídico de Rosés sospechaba que las compras estaban diseñadas para ocultar las ganancias en criptomonedas de Rinsch.
En una declaración, Rinsch respondió que los autos y los muebles eran parte de la utilería para escenas de “Conquest” y que los había pagado con el dinero de producción de Netflix. Pero en su caso de arbitraje con Netflix, asumió una postura distinta: en los documentos judiciales confidenciales que revisó el Times, argumentó que el dinero era suyo por contrato y que Netflix le debía varios pagos más, que sumaban un total de más de 14 millones de dólares.
Netflix no está de acuerdo. En una moción que presentó en julio, la empresa sostuvo que los pagos estaban sujetos al cumplimiento de varias etapas de producción por parte de Rinsch, y que, según afirma la empresa, él jamás realizó. Este mes, el caso se presentó en una audiencia ante un árbitro. Se espera que pronto haya un veredicto.
Rodaje de una escena de “Conquest”, una serie de ciencia ficción que el director Carl Erik Rinsch le vendió a Netflix. (Santiago Cerini vía The New York Times).